domingo, 22 de mayo de 2016

Se forma una ciudad repleta de encrucijadas; encrucijadas bañadas por un sinfín de pieles muertas; muertes con extractos pequeños de colores diversos entre las cadenas que resguardan la elaboración de algún desnormado movimiento; movimiento que brota sigiloso de una respuesta racional a un estimulo emocional delirante y bien cercenado.

En el silencio de lentos meneos intensos, se escuchan pálpitos agónicos que no son anidados ni por el viento; viento que se pasea vagabundo y semidesnudo, golpeando su corazón y cuerpo contra impuestos muros, que no le permiten su paso armónico y  por veces inseguro.

La luz solar es una triste realidad que aun logra inmiscuirse entre las grietas minusválidas de aquellos esqueléticos pilares de concreto perfecto -hasta que son destituidos por un nuevo cuento-. La naturaleza existe en la medida que brinde los recursos suficientes para proseguir el vuelo terrestre, decapitado y enajenado.
Con la delicada violencia de la civilizada barbarie, se le van arrancando de cuajo partes ancestrales a la vida de la naturaleza, partes incineradas por la ambición y el afán de obtener riqueza; riqueza que no se come ni te acaricia la entrepierna. Antes, este recurso material y lucrativo era catalogado cómo infinito, por la falta de capital que inundaba las escenas de la hermosa Tierra nuestra: mía antes que tuya y viceversa.  

El más bendito silencio genera una excitación sin lamentos dentro de reloj que llevamos en el centro del cuerpo, pero la comunicación que nos conecta con el universo no tiene tonos resonantes que puedan ser digeridos por los tímpanos enraizados en el cráneo, a un costado del cerebro. Lo que culmina en una estúpida lógica extractivita, material y concreta, de toda la vida terrestre, desbordante del miedo que le va engendrando un ser que anhela lo que no es, mientras lucha por quienes lo matan en cada respiro del mes.


Se nos alejan nuestras plantas de la tierra mientras más se nos encierra en nuestra satisfacción material, cotidiana y sangrienta, aunque no quedemos con manchas cuando pisamos y digerimos la muerte oxidada de otras galaxias. La verdad es que somos asesinos pese a que las leyes no nos acusen de nada, y nuestras miradas sigan avanzando asía el progreso, así como si la vida fuera grata, entre golpes, carencias y matanzas.

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