Se forma una ciudad repleta de encrucijadas; encrucijadas bañadas por
un sinfín de pieles muertas; muertes con extractos pequeños de colores diversos
entre las cadenas que resguardan la elaboración de algún desnormado movimiento;
movimiento que brota sigiloso de una respuesta racional a un estimulo emocional
delirante y bien cercenado.
En el silencio de lentos meneos intensos, se escuchan pálpitos
agónicos que no son anidados ni por el viento; viento que se pasea vagabundo y
semidesnudo, golpeando su corazón y cuerpo contra impuestos muros, que no le
permiten su paso armónico y por veces inseguro.
La luz solar es una triste realidad que aun logra inmiscuirse entre
las grietas minusválidas de aquellos esqueléticos pilares de concreto perfecto
-hasta que son destituidos por un nuevo cuento-. La naturaleza existe en la medida
que brinde los recursos suficientes para proseguir el vuelo terrestre,
decapitado y enajenado.
Con la delicada violencia de la civilizada barbarie, se le van
arrancando de cuajo partes ancestrales a la vida de la naturaleza, partes
incineradas por la ambición y el afán de obtener riqueza; riqueza que no se
come ni te acaricia la entrepierna. Antes, este recurso material y lucrativo
era catalogado cómo infinito, por la falta de capital que inundaba las escenas de
la hermosa Tierra nuestra: mía antes que tuya y viceversa.
El más bendito silencio genera una excitación sin lamentos dentro de
reloj que llevamos en el centro del cuerpo, pero la comunicación que nos
conecta con el universo no tiene tonos resonantes que puedan ser digeridos por
los tímpanos enraizados en el cráneo, a un costado del cerebro. Lo que culmina
en una estúpida lógica extractivita, material y concreta, de toda la vida
terrestre, desbordante del miedo que le va engendrando un ser que anhela lo que
no es, mientras lucha por quienes lo matan en cada respiro del mes.
Se nos alejan nuestras plantas de la tierra mientras más se nos
encierra en nuestra satisfacción material, cotidiana y sangrienta, aunque no
quedemos con manchas cuando pisamos y digerimos la muerte oxidada de otras
galaxias. La verdad es que somos asesinos pese a que las leyes no nos acusen de
nada, y nuestras miradas sigan avanzando asía el progreso, así como si la vida
fuera grata, entre golpes, carencias y matanzas.
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